domingo, 30 de junio de 2013

Capitulo 29 - Milagro de Amor - FINAL

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No se parecía en nada al río que atravesaba el jardín de Rose Cottage. Pero ya no iba a vivir allí. Ya no tendría la oportunidad de salir de la oficina a las cinco de la tarde y de cruzar hasta su casa, donde lo recibirían sus hijas y su querida esposa.
«¡Maldita sea!». No pensaba llorar. Ya lo había hecho cada noche, durante un año. Y ya se le habían terminado las lágrimas.
Se dio una ducha, se puso un traje y metió los pantalones vaqueros en la cesta de la ropa sucia.
No sabía adónde iba, ni por qué, pero no podía quedarse allí pensando en ella.
Él no estaba allí, pero su coche sí.
—¿La estaba esperando, señora? —le preguntó el conserje.
—No, pero tengo mi propia llave. Está bien. Gracias.
Metió a las niñas y a Lucas en el ascensor y subió hasta el apartamento. Él había estado allí. Olía a jabón, y su maleta estaba sobre la cama.

 Paula abrió la terraza para que saliera Lucas. Dejó a las niñas en el carrito y les calentó la comida en el microondas. Después de dársela, les cambió el pañal y les dio de teta.
Estaba metiendo de nuevo a Mia en el carrito cuando oyó que se abría la puerta de la casa. Pedro se detuvo nada más verla.
—¿Qué diablos haces aquí?
—Lo siento.
—¿Por qué? —dijo él, dando un paso adelante. —Por ser tan egoísta, tan irracional y tan exigente —contestó con lágrimas en los ojos—. ¿Por negarme al compromiso? ¿Por esperar que fueras tú quien hiciera todos los cambios? ¿Por no confiar en ti? ¿Por no darte la oportunidad de darme una explicación? No lo sé. Sólo sé que no puedo vivir sin ti, y que siento haberte hecho daño, y haberlo arruinado todo. Andrea dijo que no podía creer… —¿Has hablado con Andrea? —Me dio tu número de teléfono. Te llamé, pero estaba apagado. —No tiene batería, y no llevaba el cargador en el coche. ¿Qué te dijo ella? —Nada. Sólo que estaban asombrados por todo lo que habías hecho, pero yo no sabía a qué se refería. Tú no me lo has contado, y ella tampoco, así que sigo sin saberlo. ¿Qué diablos has hecho por mí que es tan importante? ¿Qué te he hecho hacer? Por favor, ¡cuéntamelo! —Tú no me has hecho hacer nada. Yo elegí hacerlo. Se suponía que todo iba a ser maravilloso, pero parece que me equivoqué. Se volvió y se dirigió a la terraza. —¿Lucas? —dijo sorprendido al ver al perro. —Oh, Pedro, por favor, cuéntame lo que has hecho —susurró ella. Entonces, él entró de nuevo, se sentó y agarró al perro por el collar para que se quedara quieto. —Esto no va a funcionar. No hay sitio para que las niñas duerman, y el perro destrozará la casa en un momento. Además, ya la he vendido. En cualquier caso, quiero sentarme para hablar contigo en serio, así que vamos a casa. —¿A casa? ¿Había vendido el apartamento? Él sonrió, cansado. —Sí, Pau. A casa. Acostaron a las niñas nada más llegar, encerraron al perro en la cocina y se dirigieron al salón. Hacía frío y Pedro encendió la chimenea. Se sentaron en el suelo, apoyados contra el sofá, y él rodeó a Paula con el brazo y la atrajo hacia sí. —Bien. Imaginemos que es sábado por la tarde y que te he preparado la cena, ¿de acuerdo? —Oh, Pedro… —Shh. Ya estamos tomando el café, ha hecho un día precioso y las niñas están dormidas. ¿De acuerdo? —De acuerdo. 
—Bien, pues voy a hacerte una propuesta, y quiero que la pienses bien y que me des tu respuesta cuando hayas reflexionado y estés segura de que funcionará.
—De acuerdo. ¿Y cuál es la propuesta?
—Lo primero de todo, Andres vende la casa.
—Lo sé. Y…
—Shh. Escucha. Y pedí que hicieran una tasación.
—¿Cuándo?
—El martes. Mientras estábamos en la playa, y hoy, mientras tomabas café con Zai . He hablado con Andres, le he dicho las cifras y hemos acordado un precio.
—Pero…
—Shh. Ahora te dejo hablar. Andres me contó que hacía tiempo había hablado con un arquitecto para reformar el establo. Al parecer, los urbanistas no pondrían ningún problema a la hora de convertir el establo en una oficina, así que podría trasladar la oficina de Londres aquí. Y le he vendido a Nicolas mi parte de la oficina de Nueva York.
Ella lo miró confusa.
—¿Has vendido tu parte de la oficina de Nueva York?
—No puedo ir allí, está muy lejos —dijo él—. Y tampoco puedo ir a Londres todos los días, así que trasladaré mi oficina aquí. Todo el mundo está dispuesto a venir. Agustin y su familia, y Andrea, con su hija y su marido. También otros miembros de la empresa.
Paula lo miró perpleja.
—¿Has vendido las oficinas de Nueva York y Tokio?
Él sonrió.
—Bueno, Yashimoto y yo ya lo habíamos hablado. De algún modo… —se calló, tragó saliva y le apretó el hombro—. De algún modo, y con todo el daño que nos ha causado, nunca terminó de gustarme.
—¿De veras ibas a venderla? Porque me he sentido culpable de que lo hicieras, después de todo el esfuerzo que habías invertido allí…
Pedro negó con la cabeza.
—Está bien. Estoy contento. Así que ya está. Andrea dice que vendrá para ayudarme a instalarme, pero que no puede trabajar a jornada completa porque su hija va a tener un bebé, así que esto sólo funcionará si tú compartes el trabajo con ella. La ventaja es que tendrás el control de mi agenda —añadió con una sonrisa—. ¿Qué te parece, señora Alfonso? ¿Quieres intentarlo? ¿O sigue siendo demasiado? Porque si de verdad quieres que lo deje todo, me jubile de forma anticipada y me dedique a hacer macramé… Estoy dispuesto a hacerlo con tal de estar contigo y con las niñas, porque hoy me he dado cuenta de que no podía marcharme de tu lado, porque te quiero demasiado.
Ella se percató de que hablaba muy en serio. Levantó la mano y le acarició el rostro.
—Oh, Pedro. Yo también te quiero. Y no tendrás que aprender a hacer macramé. Estaré encantada de volver a trabajar contigo. Lo echo de menos. Y compartir un trabajo me parece buena idea. Además, me gusta la idea de controlar tu agenda.
Él soltó una carcajada.
—Suponía que sería así —la estrechó contra su cuerpo y la besó despacio. Después, la miró con una sonrisa—. Hay otra cosa, pero no sé dónde está el paquete que me trajeron antes. Espero que todavía lo tengas.
—Está en el coche. Iré por él.
Pqulq se puso en pie y salió a buscar el paquete y los planos de la reforma.
—Toma —dijo, arrodillándose a su lado—. Y aquí están los planos. El arquitecto me los dio el otro día. Vive en el pueblo y fui a hablar con él. Se suponía que Andres iba a llamarme para decirme el precio de la casa.
Él frunció el ceño.
—¿Cómo has conseguido todo eso? Le pedí a Andres que guardara el secreto.
—Y yo también. No me dijo ni una palabra sobre ti, sólo que creía que debíamos estar juntos, y que estaría encantado de vendernos la casa. Eso fue todo. Y yo pensé que, si te daba la opción de trasladar parte de tu oficina a este lugar, de forma que pudieras repartirte el tiempo entre Londres y aquí, y veía que te sentías acorralado, sería que no te parecía bien.
—No me siento acorralado —dijo él—. Ni mucho menos.
Me siento afortunado. Sé que ha sido un año duro, pero ya ha terminado. Volvemos a estar juntos, y no quiero que nos separemos jamás.
—Yo tampoco —murmuró ella—. Y siento no haberte dicho que estaba embarazada. Deseaba hacerlo, pero creía que no querrías saberlo. Si hubiese sabido lo que había sucedido con Vero, no lo habría dudado.
—Lo sé. Y es culpa mía —la besó—. Igual que fue culpa mía que te disgustaras cuando me viste hablar con Andres por teléfono. Si te lo hubiera contado todo... Pero no, ya sabes cómo soy, quería darte una sorpresa. Así que… ni un secreto más. Nada de guardarnos los sentimientos. Y se acabaron las sospechas. Tenemos que confiar el uno en el otro, aunque no sepamos de qué se trate. —Confío en ti —dijo ella—.Y quiero confiar en ti. Era sólo que conozco tu mirada y sé cuándo estás a punto de cerrar un trato. Llevas así toda la semana, así que sabía que iba a suceder algo importante. —Estaba planeando nuestro futuro. No puedo pensar en nada más importante. Toma. Tengo algo para ti. Abrió el paquete y sacó una pequeña caja. Dentro había una bolsita de piel. Se colocó de rodillas, frente a Paula, y dijo: —Dame la mano. Ella la estiró pensando que iba a ponerle un anillo. —Así no. Hacia arriba. «No es un anillo», pensó ella, ocultando su decepción. Volvió la mano y él volcó el contenido de la bolsa sobre ella. —¿ Pedro? —dijo ella, al sentir algo frío, compuesto de tres piezas. —Nunca has tenido un anillo. Sólo el de la boda, pero nos casamos tan deprisa que no tuvimos tiempo de… Bueno, se me ocurrió que te gustaría opinar sobre cómo lo quieres, así que compré esto. Son tres diamantes, uno por nosotros, y los otros dos por cada una de nuestras hijas. Y no sé qué quieres hacer con ellos, pero se me ocurre que quizá estaría bien un anillo y un par de pendientes, o un collar… No sé. Lo que tú quieras. —Son preciosos —dijo ella, asombrada. —Son brillantes blancos. Los cortaron en Antwerp de la misma piedra, y si quieres más, podemos comprarlos para hacer otro anillo, y otra cosa. Tienen otros más pequeños de la misma piedra. Pero pensé que podíamos llevarlos a engarzar y así podré dártelos en junio. —¿En junio? —Cuando hayan florecido las rosas —dijo él—. Sé que puedo parecer un sentimental, pero me encantaría renovar los votos de compromiso. He estado a punto de perderte, Pau, y entonces, me di cuenta de lo mucho que significas para mí. Quiero tener la oportunidad de demostrarles a nuestros amigos cuánto te quiero y lo afortunado que soy por tenerte a mi lado. Y quiero que sea en nuestro jardín, oliendo las rosas. —Oh, Pedro —se le llenaron los ojos de lágrimas—. Yo te dije eso. —Lo sé. Y tenías razón. Nunca nos paramos a oler las rosas, pero ahora tenemos tiempo. Podremos hacerlo cada verano durante el resto de nuestras vidas… Si quieres que me quede a tu lado. —Oh, Pedro, por supuesto que quiero. Te amo. Él sonrió. —Yo también. Y siempre te amaré. La agarró de las manos y la atrajo hacia sí. Inclinó la cabeza y la besó apasionadamente.

Y termino nomas :) Muchisimas gracias a todas las que leian y por sobre todo las que se tomaban un minuto de su tiempo para comentar :) Les dejo el prólogo de la nueva, leanla y me avisan si quieren que les pase, capaz hoy subo el primer capitulo y si no mañana. http://siempreatuladopyp.blogspot.com/

sábado, 29 de junio de 2013

Capitulo 28 - Milagro de Amor

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Andres no la había llamado todavía para decirle el precio de la casa.
«A lo mejor no ha podido contactar con su amigo», pensó ella, o quizá tuviera otras cosas en qué pensar.
Ella sabía que el amor era una gran distracción. Así que dejaría que Pedro la distrajera toda la semana.
Desde el lunes por la noche, cuando él regresó de Londres, había estado distrayéndola con su sexy sonrisa y sus promesas.
—¿Qué ocurre? —le preguntó ella. Conozco esa mirada…
Estás tramando algo.
—El sábado —dijo él.
—O sea, que estás tramando algo.
—Ten paciencia —dijo Pedro.
Después, él salió a correr y ella lo observó desde la ventana del dormitorio. Estaba de pie con la mano pegada a la oreja.
Hablando por teléfono.
Pero ella seguía teniendo su móvil, así que… Debía de haber conseguido otro y lo usaba en secreto.
¿Hacía trampas, o planeaba una sorpresa?
El sábado era el día de San Valentín, pero era probable que él no se acordara, así que lo más seguro era que estuviera tramando algo relacionado con el trabajo.
Paula estuvo a punto de llamar a Andrea, pero decidió que sería mejor preguntárselo a él.
Tras un suspiro, se alejó de la ventana. Pedro había roto las normas, y eso significaba que no se estaba tomando en serio la relación.
Paula no podía esperar hasta el sábado. Quería respuestas.
Esa misma noche.
Llamaron al timbre y bajó a abrir.
—Un paquete para el señor Alfonso —le dijo un mensajero—. Firme aquí, por favor.
Ella firmó, cerró la puerta y dejó el paquete en la mesa de la cocina. ¿Qué sería? No podía abrirlo, y lo único que sabía era que procedía de Londres.
—¿Pau?
—Estoy en la cocina.
Pedro entró y, al ver la expresión de su rostro, le preguntó:
—¿Va todo bien?
Ella lo miró a los ojos.
—No lo sé, dímelo tú. ¿A quién estabas llamando? ¡Maldita fuera! Ella debía de haberlo visto a pesar de que creía que estaba fuera de su campo de visión. —Lo siento. Hablaba con Andrea. —No creo. Ella contacta contigo a través de mí. —Era urgente. —¿Y resulta que tenías otro teléfono encima? —Pau, han pasado muchas cosas. No quería… —¿Qué? ¿Atenerte a las normas? No me mientas, Pedro. —No miento. Trato de solucionar cosas. —Creía que tenías un equipo para eso. —Necesitan apoyo. —¿Ah, sí? Muy bien. Te ha llegado un paquete. Ella miró hacia la mesa. Pedro hizo lo mismo y vio el último elemento de su plan. Lo dejó allí. A ese paso, quizá no lo necesitara. —Gracias. Mira, Pau, siento lo de la llamada… —Mira, Pedro, no puedo vivir con tus mentiras. Para solucionar las cosas, hay que darlo todo. Y tú no lo estás haciendo. Así que… lo siento. Quiero que te vayas. Ahora. Cielos, pensó Pedro. Ella estaba a punto de ponerse a llorar, y todos sus planes habían caído por la borda. Pedro maldijo y se acercó a ella, pero Paula se retiró de su alcance y corrió al piso de arriba. Él oyó que cerraba la puerta de un portazo y que empezaba a llorar. Entonces, una de las niñas se puso a llorar también. Maldita fuera. Y justo cuando todo empezaba a tener buen aspecto. Corrió arriba, entró en el cuarto de las niñas y sacó a Abril de la cuna. —Shh, cariño, no pasa nada. Vamos, no despiertes a Mia —pero Mia estaba despierta, así que la sacó también. Las llevó al piso de abajo y les cambió el pañal. No quería llevarlas arriba, pero tampoco quería marcharse. Y menos mientras Pau siguiera llorando. Quería subir a verla, pero no podía dejar solas a las pequeñas. Pero el llanto era cada vez más fuerte, y él no podía soportarlo más. Corrió al piso de arriba, llamó a la puerta y entró. —Pau, por favor. Deja que te lo explique. —No tienes que explicarme nada. Te di una oportunidad y la desaprovechaste.
—¡He hecho una llamada!
—¡Que yo sepa! —exclamó enfadada.
—Bueno, tres. He hecho tres. Pero creo que ocuparme del trabajo para que mi familia no sufra, no es un delito.
—No pongas excusas.
—No, sólo digo que he hecho alguna llamada. ¡No puedo dejar de trabajar porque tú lo hayas decidido! Y sabías lo que implicaba mi trabajo antes de casarte conmigo.
—Pero ahora tenemos a las niñas.
—Me dejaste antes de saber que estabas embarazada, así que no las metas en esto —soltó él—. He hecho todo lo posible para que esto funcione, ¿y qué has hecho tú? Espiarme, no confiar en que trato de hacer lo mejor para nosotros, negarte al compromiso. Pues lo siento, no puedo más, y es evidente que no seré lo suficientemente bueno para ti. Quizá tengas razón, a lo mejor debería regresar a Londres. Y no te vayas de esta casa —añadió, señalándola con el dedo—. Hablaré con mi abogado para que se ponga en contacto contigo. Me aseguraré de que no te falte de nada, pero lo haré por las niñas. Las veré, y formaré parte de su vida, pero no de la tuya, y tendrás que vivir con ello, igual que yo.
Sin decir nada más, se fue a su habitación, guardó sus cosas y bajó al piso inferior.
Las niñas estaban en el parque y, al verlo, sonrieron.
—¡Papá!
—Adiós, pequeñas —susurró él, sintiendo una fuerte presión en el pecho. Se agachó para besarlas, se despidió de Lucas y se marchó antes de que se le ablandara el corazón y fuera a suplicarle a Paula que cambiara de opinión.
Pedro se había marchado.
Y con razón. Había sido muy injusta al pretender que lo dejara todo para no tener que hacerlo ella. Y se había quedado con todo, menos con él. Estaba destrozada.
Y como no sabía qué hacer, llamó a Andrea y se lo contó.
—¡Oh, Paula! ¡No! ¡No puedo creerlo! ¿No te ha contado lo que estaba planeando?
—¿Planeando?
—Oh, a lo mejor pensaba decírtelo el día de San Valentín. Ya sabes. Paula, tienes que darle una oportunidad para que te dé una explicación. ¡No tienes ni idea de todo lo que ha dejado por vosotras! Estamos alucinados. Tienes que escucharlo. Llámalo.
—No puedo. Tengo su teléfono.
—¿El nuevo?
—No. Pero no tengo el número del nuevo.
—Yo sí. Apúntalo y llámalo ahora mismo. Si no lo localizas, y viene por aquí, le diré que te llame.
Pedro no contestó, y tampoco la llamó. Paula no podía dejarlo escapar.
—Vamos, pequeñas —les puso el abrigo y las metió en el coche. Acomodó a Lucas en el maletero y se dirigió a Londres, con el paquete que le habían enviado a Pedro y los planos del establo en el asiento delantero. Por si acaso.
Pedro llegó al apartamento, abrió la puerta de la terraza y permaneció allí, contemplando las vistas del río Támesis.

Disfretenlo y comenten :) 

viernes, 28 de junio de 2013

Capitulo 27 - Milagro de Amor 

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Se despidió con un beso y se marchó enseguida. Paula aprovechó para llamar a Andres.
—Hola, ¡creo que tengo que darte la enhorabuena!
—Ah, Zai te lo ha contado. Sí… Y gracias.
—¿Estás contento?
—Sí. Se llama Joel, y es arquitecto. Quiere que vaya a vivir con él.
—¡Andres! Me alegro mucho por ti —le dijo—. Lucas te echará de menos, pero no te preocupes, me quedaré con él. Y así podrás verlo cuando quieras.
—¡Estupendo!
—Andres , quería preguntarte una cosa. Mi marido ha vuelto a aparecer en mi vida y estamos buscando la manera de seguir adelante. Nos gustaría encontrar una casa por aquí y se me había ocurrido que si nos vendieras la tuya, él podría montar la oficina en uno de los establos.
—Sí.
—¿Qué?
—Que sí, que te venderé la casa. Por supuesto que sí.
—¿De veras?
—De veras. Y me alegro de que volváis a estar juntos. Es evidente que lo quieres.
—Oh, Andres, gracias. No puedes imaginarte lo que esto significa para mí. Llamaré a alguna agencia inmobiliaria para que nos la tasen.
—No te molestes. Tengo un amigo que tiene una. Él conoce la casa y nos podrá decir un precio justo. Si a ti te parece bien, lo llamaré.
—Claro, por supuesto. Dímelo en cuanto hayas hablado con él. Y si Pedro contesta el teléfono, no se lo digas, ¿de acuerdo? Quiero que sea una sorpresa.
Andres se rió.
—Muy bien. ¿Cómo están las niñas?
—Preciosas. Ya están intentando andar. Tengo que dejarte, queMia se quiere salir del parque. Hablamos pronto. Besos.
—Besos, y cuídate.
Paula tomó a las niñas en brazos y las llevó al salón.
Les puso un montón de juguetes en el suelo y se sentó en el sofá, para llamar a Zai y contarle las novedades.


—Pues ésa es mi intención. Y si no es lo que tú quieres, lo comprenderé. Necesito un buen equipo en la sede, y no sé si va a ser factible recolocar a todo el equipo en el campo, así que, de momento, estoy haciendo un sondeo.
Andrea y Agustin permanecieron en silencio.
—Lo siento —dijo él, al ver su cara de asombro—. Es una locura. Olvidadlo.
—No, no quiero olvidarlo —dijo Agustin—. No tenemos por qué estar en Londres. De hecho, Dana ha estado hablando de marcharnos de la ciudad. Lo habríamos hecho antes de no ser porque mi trabajo estaba aquí.
Lo que propones podría estar bien. A mí me valdría.
«Genial», pensó Pedro, y miró a Andrea.
—¿Algún comentario?
—Yo no puedo irme. Mi hija está a punto de dar a luz y necesita que yo esté cerca. Es discapacitada, y no es fácil.
—¿Y vive en Londres?
—Sí. Bueno, a las afueras. Su marido es piloto en el aeropuerto de Stansted. Viven cerca de Stratford.
—¿Y contemplarían la posibilidad de mudarse? Stansted está a una hora del pueblo, o menos. ¿Cuarenta minutos? Y me aseguraría de que recibierais una buena compensación. Lo que sea necesario, Andrea. Si quiero trasladar toda la empresa, y teniendo en cuenta que quiero formar algo mucho más manejable para todos nosotros, necesitaré que las personas clave estén a mi lado. 
—Sólo llevo contigo seis meses, Pedro. ¿Cómo puedo ser una persona clave?
—No te lo imaginas —dijo él—. No es fácil trabajar conmigo.
—Ya me he dado cuenta.
Pedro miró el reloj.
—Tengo que irme. ¿Pensaréis en ello? Y si creéis que puede interesaros, haremos una reunión con el resto del equipo. Ah, y no quiero que Pau se entere de esto hasta que tenga algo concreto que contarle.
—¿Cómo podemos contactar contigo?
—Tengo un teléfono móvil nuevo. Lo he comprado de camino aquí. Y si pudieras conseguirme un ordenador portátil con toda mi información, sería estupendo. Voy a llamar a Diego a Nueva York.
—Eso, ¿qué pasará con Nueva York? —preguntó Andrea.
—Te lo diré cuando hable con Diego.
—Él no puede mudarse a Suffolk.
—No… Pero puede comprar parte de la empresa. Lleva años hablando de ello.
Ambos lo miraron como si fuera un ***** raro.
—Hablas en serio, ¿verdad? —preguntó Agustin. Pedro asintió y se puso en pie.
—Oh, sí. En mi vida he hablado tan en serio.
Por la tarde, Paula quedó con un arquitecto para que le hiciera los planos y el presupuesto de la reforma del establo. En cuanto lo tuviera, le contaría el plan a Pedro.
Si es que llegaba a casa.
Era tarde. Muy tarde. Casi las diez…
Aprovechando que las niñas estaban dormidas, decidió darse una ducha antes de que llegara. Se quitó la ropa y se metió bajo el agua caliente.
—¿Pau?
No había rastro de ella, pero las luces estaban encendidas y se oía correr el agua en el baño del piso de arriba.
Estaba en la ducha.
Pedro subió por las escaleras, se quitó la ropa y, aprovechando que ella estaba de espaldas, se metió en la ducha y la agarró por la cintura.
Ella gritó y comenzó a reír. Él le dio la vuelta y empezó a besarla bajo el chorro de agua.
—Me has asustado —dijo ella, separándose para tomar aire.
—Lo siento —se echó champú en la mano y comenzó a masajearle el cuero cabelludo.
—Oh, es estupendo —dijo ella, y apoyó la frente en su torso.
Cuando le aclaró el cabello, ella sonrió y le dio el bote de gel.
—No pares.
Él arqueó una ceja, se echó un poco de gel en la mano y comenzó a enjabonarle el cuerpo. Los pechos, el vientre, la entrepierna…
—¡ Pedro!
—Shh. Ven aquí —dijo él, y la tomó en brazos para colocarla sobre el—. Oh, Pau.
La besó, se apoyó en la pared y comenzó a moverse.
—¡ Pedro!
—Tranquila, te tengo bien sujeta —dijo él y Pau solo se dejó llevar.

Uno menos y quedan dos, disfrutenlo :) Muchas gracias a todos los que siempre comentan. Pdta: comenten jaja @patty_lovepyp
Capitulo 26 - Milagro de Amor 

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No había nada.
Él separó la silla del escritorio, miró a la pantalla con frustración y se preguntó qué diablos iba a hacer para encontrar una casa en la que pudieran vivir todos y solucionar el tema.
Pero no estaba seguro de poder solucionarlo. Necesitaba hablar seriamente con su equipo antes de hacer ningún cambio, pero entretanto… El teléfono sonó.
—Pedro al habla.
—¿Hola? ¿Quién es?
—Soy Pedro Alfonso. ¿Puedo ayudarlo?
—Probablemente no. ¿Puedo hablar con Paula, por favor?
—Lo siento, no está. Estoy cuidando a las niñas. Soy… Soy su marido.
—Soy Andres peletieri. Ella me está cuidando la casa.
—Sí. Sí, lo sé. Mira, regresará a la una, si quieres hablar con ella. Ha ido a tomar café con Zai.
—Ah. Ya. Bueno, en ese caso probablemente ya lo sabrá, pero la llamaba para decirle que no voy a regresar. Bueno, no creo. Tengo motivos personales y… Bueno, he conocido a alguien y voy a quedarme a vivir aquí, así que necesito hablar de la casa con ella. Y del perro.
—¿Imagino que no querrás venderme la casa?
—¿A ti?
—Sí… Para Pau. Nosotros... estamos tratando de ver si podemos… si hay una manera de…
—¿A ella le parece bien?
—Oh, tenemos unas normas —dijo con ironía—. En estos momentos estamos con la lucha de «no mantener contacto con la oficina». Pero yo no puedo dejar de trabajar, y he estado mirando si hay algún sitio por aquí donde pudiera compartir una oficina con mi equipo, y una casa con mi familia, para así poder pasar la mayor parte del tiempo con ellas. No he encontrado nada.
—¿Y crees que podrías hacer eso en mi casa?
—Suponiendo que me den los permisos para reformar el establo.
—Supongo que sí —dijo Andres—. No les gusta que los establos se transformen en viviendas, pero son más flexibles si se trata de una empresa o un negocio. Y si es para un negocio de uso personal, es probable que sean muy colaboradores. De hecho, yo también había hecho un proyecto. Probablemente todavía lo tengan en el archivo. Podrías echarle un vistazo.
—¿Eso significa que a lo mejor te planteas vendérmela?
—No lo sé —dijo el hombre—. Tengo un pequeño problema. Tendría que comprobar que mi actual inquilina estaría contenta con su nuevo casero, así que tendré que hablar con ella.
—Oh, creo que sí estaría contenta. Me ha dicho que no quiere mudarse, y yo sé que le encanta vivir aquí. Además, está el tema del perro.
—Sí.
Pedro sonrió pensativo.
—Adoramos a Lucas, ¿verdad, amigo? —dijo Pedro, acariciando las orejas del can.
—¿Está ahí contigo?
—Siempre está a mi lado. Está tumbado sobre mi pie.
—¿Y os lo quedaríais?
—Creo que Pau me mataría antes de permitir que le pasara algo al perro. Y, además, me hace compañía cuando salgo a correr.
—Eso le encanta. Siempre iba conmigo.
—Entonces, ¿lo pensarás?
—Tendremos que buscar un precio justo. ¿Podrías ocuparte de eso y llamar a un par de inmobiliarias para que hagan una tasación?
Pedro apuntó los nombres que él le dio y dijo:
—Déjame tu teléfono también —lo anotó junto a los otros números—. ¿Puedes hacerme un favor, Andres? ¿Podrías mantener esto en secreto durante unos días? Sólo para darme tiempo de ver si funcionaría.
—Si te quedas el perro, el precio es negociable.
Él se rió
—Andres , nos quedaremos el perro pase lo que pase. No puedo imaginar estar sin él, y me gusta la idea de que haya un perro cuando yo no esté. Quiero hablar con los urbanistas para asegurarme de que es factible, pero no quiero que Paula se haga esperanzas.
—Muy bien, pero he de decirte que anoche hablé con Nan, así que es posible que Zai le haya contado a Paula que voy a quedarme aquí.
—De acuerdo. Ya me inventaré algo. ¿Quieres que te llame cuando regrese?
—Sí, por favor. Y dale un abrazo a Lucas de mi parte.
—Lo haré.
Diez minutos más tarde, Pedro tenía una respuesta no oficial de los urbanistas, y todo indicaba que sus planes eran factibles. Llamó a Andrea desde el despacho y le dijo:
—Tenemos que hacer una reunión esta misma tarde. Y quiero que Agustin asista.
—¿Y Paula?
—Esto es para ella. Estoy tratando de encontrar la manera de que podamos estar juntos y, en cierto modo, eso depende de vosotros. Llámala y dile que tengo que ir al despacho a solucionar un problema muy importante. Invéntate algo. No me importa, pero no le digas de qué se trata. Quiero que sea una sorpresa.


—¿Andrea?
—Hola, Pau, me temo que Pedro tiene que venir a la oficina lo antes posible. Hay un problema que sólo él puede solucionar.
—Vaya. Está bien. Le diré que vaya. ¿Quieres hablar con él? ¿No? Muy bien, entonces le daré el mensaje —colgó el teléfono y se dirigió a Pedro, que estaba a su lado—. Andrea quiere que vayas. Al parecer, hay un problema que sólo tú puedes solucionar.
—¿Puedo ir?
Ella fingió resignación, pero estaba encantada. Quería llamar a Andres sin que Pedro se enterara, así que…
—Creo que debes ir. Vamos, vete y acaba con ello de una vez.
—Eres un encanto. Y lo siento.

quedan 3 capitulos :) comenten @patty_lovepyp

miércoles, 26 de junio de 2013

Capitulo 25 - Milagro de Amor 

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—¡Cuéntamelo todo! He estado muy preocupada por ti.
—No, sólo quieres que te cotillee —bromeó Paula, sentándose con un café con leche y un trozo de tarta de chocolate.
—Bueno, por supuesto que sí —dijo Zai, y le robó una cucharada de tarta con la cucharilla del café—. Mmm. Riquísima.
Paula probó un trocito también.
—¿Y bien? —preguntó Zai.
—No lo sé. A veces creo que todo va bien, y otras…
Bueno, hace algunas trampas.
—¿Trampas?
—Sí. Pusimos unas normas. Dos semanas sin llamadas de teléfono, acceso a Internet, viajes a Londres ni trabajo nocturno. La mayor parte del tiempo ha estado bien. Pero trató de recuperar su teléfono. Llamó desde el mío. Supongo que para encontrarlo cuando sonara, pero yo lo tenía en silencio bajo mi almohada y lo pillé.
—Vaya.
—Sí. Y el fin de semana estuvimos buscando una casa para mí en Internet. A Pepe no le hace mucha gracia que viva en casa de otro hombre, y quiere comprarme una —se encogió de hombros—. Pero no hemos encontrado ninguna que nos haya gustado por aquí. Él dice que estará en Londres, y yo quiero estar cerca de mis amigos.
Y ése es el problema, claro. No vivirá aquí. No puede, y menos trabajando tantas horas… Y yo no regresaré a Londres hasta que esté completamente segura de que él va en serio con todo esto. Se parece un poco a un régimen estricto. Se puede seguir durante unos días, pero después siempre hay algo que lo estropea.
—Como la tarta de chocolate —dijo Zai, mirándola con deseo.
Paula empujó el plato hacia ella y le dio el tenedor.
—Como la tarta de chocolate, o como una oportunidad maravillosa para comprar algo durante una crisis en el mercado financiero. Eso bastaría para que se fuera, lo sé. Y no sé si podría soportarlo. No quiero ser madre soltera, pero preferiría eso que estar cambiando de sitio continuamente.
—¿Y se lo has dicho?
—Sí, pero ¿qué puedo hacer?
Zai se encogió de hombros, tomó otro pedacito de tarta y se la devolvió.
—Mándame al cuerno si quieres, pero ¿de veras necesita trabajar? Para vivir, me refiero. ¿Para ganar dinero?
—No. Por supuesto que no. No necesitaría trabajar nunca más. Pero se volvería loco. Es un adicto a la adrenalina. No podría vivir sin el toma y daca.
—Hablando de eso… —dijo Zai con un brillo especial en la mirada—. Tienes cara de haber hecho el amor. ¿Deduzco que esa  parte de la reconciliación ha ido bien?
Pau sintió que se ponía colorada.
—Eso no es asunto tuyo —le dijo a su amiga.
—Eso es un sí. ¡Me alegro!
—¿Por qué?
—¡Porque es el hombre más sexy del mundo! No me malinterpretes, adoro a Nan, pero Pedro es un hombre muy sexy y sería una lástima…
—Eso es parte del problema, por supuesto. Si no estuviera estupendo y no hiciera el amor de maravilla, sería más fácil dejarlo.
—Pero no quieres dejarlo —dijo Zai—. Sólo quieres vivir con él en un sitio que no esté cerca del aeropuerto, para que no pueda marcharse. Tienes que encontrar la manera de que se quede contigo.
—¿Y cómo puedo hacer eso?
—¿Qué te parece si él trasladara su oficina aquí?
—¿Qué?
—Ya lo has oído. Mucha gente lo hace. O podría trabajar desde casa.
—Si pudiera trabajar desde casa, no estaría en Nueva York o en Tokio todo el rato.
—Ah, pero hay una gran diferencia entre querer y poder. Él puede trabajar desde casa, lo que pasa es que hasta ahora no ha querido hacerlo. Ésa es la clave. ¿Vas a comer más tarta?
—Deberías haberte pedido una porción —dijo ella, dándole el plato otra vez.
—No, estoy a dieta.
—Ya, claro. Entonces, ¿crees que debería encontrar una manera de que se quede en el país?
—Mmm. Aparte de esposarlo a la cama, que también es otra opción.
Ella se rió.
—Eres incorregible. Me encantaría verte otra vez —dijo—. Si no tuviera que mudarme enseguida. ¿Sabes que Andres regresa dentro de un mes y que tengo que encontrar otro sitio donde vivir?
—No —dijo Zai.
—Pues sí.
—No, no es cierto. Ha conocido a alguien. ¿No te lo ha dicho? A un chico de Chicago que tiene quince años menos que él y quiere que se mude a vivir allí para siempre. Pero está confuso.
—¿Respecto al chico?
—No. Sobre Lucas. Si no fuera por el perro, lo haría. Pero ya sabes cómo lo adora. Y a la casita también.
—Y si se queda allí, ¿qué piensa hacer con la casa?
Zai se encogió de hombros.
—Venderla, supongo. No lo sé. No he hablado con él, fue Nan quien contestó la llamada mientras yo estaba en el baño. Es todo lo que sé. Era muy tarde, probablemente por eso no te llamó. ¿Por qué no lo llamas?
—Puede —dijo ella—. Puede que lo haga. ¿Cuántas horas hay de diferencia con Chicago? ¿Seis?
—Algo así.
—Así que cuando llegue a casa, serán las siete de la mañana allí. Un poco pronto.
—Y a lo mejor quieres hablarlo con Pedro.
—O no. A lo mejor prefiero presentarme con una solución concreta y ver qué dice. Es fácil hablar con él, en teoría, pero quizá consiga una respuesta más sincera si se ve obligado a tomar una decisión. Si veo que se siente acorralado, sabré que no funcionará.
«Por favor, que no sea así».

Hola aqui el  de hoy, disfrutenlo y comenten :) @patty_lovepyp 
Pdta: Pedro me respondio jurtdfsghjkljhfgdghj jajaja

martes, 25 de junio de 2013

Capitulo 24 - Milagro de Amor 

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 ¡Hola, Lucas! ¿Cómo estás? ¿Has encontrado algo de comer?
—Estoy seguro de que lo ha intentado —dijo Pedro —. ¿A que sí, bribón?
Lucas movió el rabo y ella se rió.
—Es un pelota, ¿verdad que sí? A ver, Abril, ve con papá.
—Papá —dijo la niña, y ambos se quedaron paralizados.
—¿Estoy soñando? —preguntó Paula.
Él se rió y se encogió de hombros.
—Entonces yo también. Ayer tuve la sensación de que Mia decía «papá», pero luego decidí que estaba balbuceando.
—¡Papá! —dijo Mia desde el parque, agarrándose al borde y sonriendo a Pedro.
Paula sintió que se le llenaban los ojos de lágrimas.
—Saben decir «papá» —susurró ella, y se llevó la mano a la boca.
Él tragó saliva y sonrió.
—Bueno, chicas. ¿Quién os ha enseñado eso? —dijo él, y puso la pava al fuego.
Habían desayunado, se habían duchado y se habían vestido. Pedro intentaba no pensar en que no podía llevarse a Pau a la cama otra vez. A menos que las niñas se echaran la siesta por la tarde, claro.
—¿Quieres que busquemos casa? —sugirió él.
—Claro. Si traigo el ordenador, podemos hacerlo aquí. Tenemos wi-fi —se marchó un instante y regresó con un ordenador portátil—. Muévete —le dijo a Pedro, y se sentó en el sofá junto a él.
Introdujo la contraseña y él se enfadó consigo mismo por haberla memorizado sin pensarlo. Diablos, ella tenía motivos para no confiar en él.
—Muy bien. Ya estoy dentro de la página de una de las mejores inmobiliarias. ¿Qué estamos buscando, y por cuánto? —preguntó Paula.
—Yo no pondría un tope. Empieza por la más cara y ve bajando.
—¿De veras?
—Bueno, sí. ¿Por qué no? ¿Quieres vivir en un sitio horrible?
—¡No! ¡Quiero vivir en un sitio normal! —contestó ella.
Pedro suspiró.
—Pues pon una zona que te guste y veamos lo que hay.
Nada. Ésa era la respuesta. No había nada que no fuera demasiado pequeño, o demasiado lejano. Nada interesante.
Y no había nada que pudiera equipararse con Rose Cottage.
—Ojalá pudiera quedarme aquí —dijo ella.
—¿No te lo vendería?
—¿Te lo quedarías?
Él sonrió.
—No depende de mí, ¿no crees? Estamos hablando de tu casa, de tu elección, de un sitio para ti y para las niñas. Y supongo que todo lo que haré yo será venir a visitarte.
A Paula se le humedecieron los ojos y miró a otro lado.
—A menos que trabaje fuera durante la semana y venga los fines de semana. No me gusta ir y venir cada día, prefiero trabajar menos días.
—¿Quieres decir seis días en lugar de siete?
—¿Podemos empezar de nuevo?
Ella se mordió el labio inferior.
—Lo siento. Es sólo… Parece que nos estamos llevando muy bien, y parece que el futuro no tiene muy buena pinta y que no hay forma de cambiarlo.
Y las niñas estaban inquietas y aburridas.
—Vamos a dar un paseo con ellas —sugirió Pedro —. Podemos llevar las mochilas.
El día anterior habían comprado unas mochilas para poder salir a pasear sin tener que llevar el carrito. Así que Pedro llevó a Mia y, Pau a Abril.
Se las cambiaban todo el rato, como si ninguno de los dos quisiera establecer un lazo más cercano con una de las niñas. Siempre lo habían hecho así y ni siquiera lo habían hablado.
Pasearon por la orilla del río y Lucas aprovechó para olisquearlo todo.
—¿Alguno de estos establos pertenece a la casa?—preguntó él.
—Sí, todos. Era una granja, pero vendieron casi todo el terreno y se quedaron con la casa.
Él miró a su alrededor con curiosidad. Había muchos edificios grandes que podían servirles. Si encontraran alguno en venta, podría trabajar desde casa. No sólo él, sino con uno o dos miembros del equipo, montando una especie de oficina satélite. Conocía a más de uno a quien le gustaría la idea.
—Ven a ver el jardín —dijo ella, y lo guió por una verja.
Él había estado allí con el perro, pero nunca lo había visto con detenimiento. A medida que ella se lo enseñaba, comenzó a verlo con otros ojos.
—Tengo fotos con todos los rosales en flor —dijo ella—. Es impresionante.
A Pedro no le cabía ninguna duda. Y recordó lo que ella le había dicho el día que se marchó de su lado.
«Quiero una casa, un jardín, tiempo para dedicarles a las plantas, para tocar la tierra con las manos y oler las rosas. Nunca nos detenemos a oler las rosas, Pedro. Nunca».
Bueno, ella ya tenía el jardín, y las rosas. Al verla hablar sobre ello, él se percató de cómo había cambiado.
El brillo de su mirada, el calor de su piel, su vitalidad.
Una vida real, no sólo el aumento de adrenalina por haber conseguido otro logro laboral, sino verdadera satisfacción y felicidad.
Y lo que más le sorprendía de todo eso, era que él también lo deseaba.
—¿Por qué no te vas a pasar un día con Zai?
—¿Qué?
—Ya lo has oído. Yo cuidaré de las niñas.
—¿Estás seguro? —preguntó dubitativa.
—Sí, estaremos bien. ¿No confías en mí?
—Bueno, por supuesto que sí. Lo único es que no sé si sabes a lo que te estás ofreciendo.
—Al verdadero infierno, supongo, pero estoy seguro de que sobreviviremos.
Paula se lo pensó un instante y negó con la cabeza.
—No. Pero quedaré con ella para tomar un café —sugirió—. Además, también tiene un bebé y tiene que dejar y recoger a los otros en el colegio, y siempre está muy ocupada. Pero se lo preguntaré. ¿Cuándo pensabas que lo hiciera?
—Cuando tú quieras. ¿Mañana?
—La llamaré —dijo ella, y se puso en pie.
Dejó a Mia en el sofá, rodeada de cojines para que no se cayera, y aprovechó que Abril estaba dormida encima de Pedro para llamar por teléfono.
—¿Pau? ¿Cómo estás? ¡No me atrevía a preguntártelo!
—Bueno, bien… Mira, Pepe se ha ofrecido a cuidar de las niñas para que podamos tomarnos un café. ¿Qué haces mañana?
—Nada que no pueda cancelar. Me muero por verte y porque me cuentes todo. ¿Dónde y cuándo?
—¿En The Barn? ¿A las diez y media?
—Estupendo. ¿Cuánto tiempo tendrás?
—Todo el que quiera. Me ha ofrecido el día entero, pero no quiero que una mala experiencia lo asuste de por vida.
—No, por supuesto que no. Chica lista. Muy bien, a las diez y media, y le diré a Pete que llegaré a casa sobre la una. Estará en casa, así que podrá quedarse con el bebé. ¿Te parece bien?
—Estupendo —dijo ella, y colgó con una sonrisa.
Regresó al salón y lo encontró tumbado en el suelo bocabajo, con Mia tumbada bajo su cabeza. Él le hacía pedorretas en la tripa y ella se reía.
—Ya está arreglado. He quedado con ella a las diez y media en un café. Regresaré sobre la una. ¿Te parece bien? —le preguntó ella al entrar.
—Muy bien. Nosotros estaremos estupendamente, ¿a que sí? —dijo él, sonriendo a la pequeña.
Paula no pudo evitar fijarse en su maravilloso trasero.

Aqui su capitulo, aviso que quedan pocos creo que 4 o 5 nada mas, disfrutenlo @patty_lovepyp

lunes, 24 de junio de 2013

Capitulo 23 - Milagro de Amor 

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—¿Estás segura?
—Sí.
Pedro respiró hondo, la miró con los ojos entornados, se puso en pie y le tendió la mano para levantarla. Ambos se miraron a poca distancia, pero sin tocarse.
—No tienes que hacerlo.
—Lo sé.
Pedro cerró los ojos y dijo algo que ella no pudo oír, después se volvió.
—Tenemos que recoger esto y sacar al perro.
—Yo lo haré.
—No. Lo haremos los dos. Tardaremos menos —lo colocó todo en la bandeja y la llevó a la cocina. Lucas iba tras él, así que le abrió la puerta para que saliera mientras guardaba la leche en la nevera.
Pedro entró de nuevo con el perro, agarró las trufas y miró a Paula a los ojos.
—Éstas me las llevo —le dijo.
Fue como si la trasladara a otra época y a otro lugar, cuando él llevaba bombones a la cama y se los daba, uno a uno, mientras hacían el amor.
Todavía recordaba su sabor.
—No me mires así o perderé el control —dijo él con una sonrisa.
Paula se volvió y salió de la cocina, apagando la luz y esperando que él la siguiera.
Oyó que se despedía del perro, que cerraba la puerta y que se acercaba a ella por detrás.
—¿En tu habitación o en la mía?
—En la mía. Está más lejos de la de las niñas.
Sólo un poco, pero Paula no estaba segura de poder controlarse cuando él le hiciera el amor.
Ella encendió la luz, pero Pedro llevó una vela y la puso sobre la cómoda, junto a las trufas. La encendió y apagó la luz. Ella lo agradeció, porque de pronto se le ocurrió que no la había visto desnuda desde que habían nacido las niñas, y entre los estragos de la lactancia, la cicatriz de la cesárea y que había ganado peso, quizá necesitara acostumbrarse a la nueva Paula.
Pero al parecer, Pedro no tenía prisa por quitarle la ropa. Le acarició el cabello y la besó en los labios con delicadeza, moviendo la cabeza de un lado a otro, haciendo que el deseo se apoderara de ella.
« Pedro, bésame», suplicó en silencio, y como si la hubiera oído, él le sujetó el rostro con las manos y le acarició los labios con la lengua para que los separara.
Ella reaccionó como era de esperar, separó los labios permitiendo que él introdujera la lengua y explorara el interior de su boca, volviéndola loca.
—Pau, te deseo —susurró él.
—Yo también… Por favor, Pedro. Ahora.

—Te quiero —le susurró al oído, y la abrazó con más fuerza, acariciándole la espalda despacio, una y otra vez, hasta que se quedó dormida.
La había echado mucho de menos.
Nunca se lo había dicho, no le había contado el infierno que había pasado en el último año. Bueno, le había contado algunas cosas, pero nada parecido a lo que escondía en su corazón.
Pero ella había regresado, y él se aseguraría de no volver a fallarle.
Se le estaba durmiendo el brazo, pero no quería molestarla. Disfrutaba teniéndola entre sus brazos, y no estaba seguro de cómo se comportaría ella cuando se despertara.
¿Distante? ¿Arrepentida?
Esperaba que no fuera así.
Entonces, ella se movió, abrió los ojos y sonrió.
—Hola.
—Hola —contestó él, y la besó en los labios—. ¿Estás bien?
—Mmm. ¿Y tú?
—Sí, estoy muy bien.
—Se me ha dormido la pierna.
—Y a mí se me va a caer el brazo.
—Te dolerá.
—Ajá.
Ella sonrió.
—Una, dos y tres…
Él se movió y se quejó un poco, después, se rió y la atrajo de nuevo hacia sí. Permanecieron tumbados, con los dedos entrelazados y las cabezas apoyadas en la misma almohada.
—¿Mejor?
—Mmm. ¿ Pedro?
—¿Sí?
—Te quiero.
—Oh, Pau —él se acercó más a ella y la besó—. Yo también te quiero.
—Bien —murmuró ella.
Segundos más tarde, había vuelto a quedarse dormida.
Él sonrió. Bromearía sobre aquello al día siguiente.
Se acurrucó contra ella y se durmió.

Las niñas la despertaron. Paula abrió los ojos y pestañeó.
Era de día y oía que la voz de Pedro provenía de la habitación de las pequeñas. Salió de la cama y se puso la bata.
—Hola, amorcitos míos —dijo nada más entrar en la habitación.
—¿Yo estoy incluido en eso? —preguntó Pedro, vestido únicamente con la ropa interior.
Ella se rió.
—Puede ser. ¿Cuánto tiempo llevan despiertas?
—Unos minutos. Les he cambiado el pañal y les he dado un biberón de zumo, pero creo que quieren que su mamá les dé algo más sustancioso.
—Estoy segura. Vamos, pequeñas. ¿Queréis ir abajo a decirle hola a Lucas?
Sacó a Mia de la cuna y se la entregó a Pedro. Después tomó a Abril en brazos y la besó.
—Hola, pillastre. ¿Vas a portarte bien hoy?
—Probablemente no, si es como su hermana —dijo él, y la llevó al piso inferior—. Esta mañana voy a poner la valla para la escalera.
—Por favor. No me gustaría que pasara nada.

Y lo prometido es deuda :) Disfrutenlo @patty_lovepyp